Estamos en noviembre, mes de… muchos diríamos, de los difuntos, pero olvidaríamos lo más importante. Noviembre empieza con la gran festividad de todos los santos del Cielo, de esa inmensa multitud de hombres y mujeres que gozan sin fin la bienaventurada vida con Dios. Todos sufrieron la muerte, pero la afrontaron de cara, con la firme confianza en Cristo, su Salvador; fe de la que mana la esperanza alegre del encuentro amoroso para siempre con Él.
Además, la vida cristiana va de “hacer, de la tierra, cielo”. San Juan Crisóstomo, al comentar el texto del Padrenuestro “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6, 10), escribe: “aun viviendo en la tierra, Dios quiere que nos esforcemos por llevar vida del cielo: <Es preciso que deseéis el cielo y los bienes del cielo; sin embargo, antes de llegar al cielo, yo os mando que hagáis, de la tierra, cielo; y que, aun viviendo en la tierra, todo lo hagáis y digáis como si ya estuvierais en el cielo>”[1]. Es una bella figura de lo que es la existencia cristiana. Seremos YA felices, pero TODAVÍA NO completamente.
La vida se llena de esperanza, en la promesa del Cielo y en que nunca nos faltará la ayuda de Dios para alcanzarlo, a pesar de nuestra fragilidad. El éxito en el momento de la muerte estará asegurado.Hagamos el propósito de no perdérnoslo, vale la pena… deseemos el Cielo, estar con quien sabemos nos ama para siempre.
Todo ello nos lo explica Alberto García-Mina Freire en su artículo mensual. Léelo aquí: