El Papa propone recuperar la amabilidad en la encíclica Fratelli tutti (nn. 222-224); también apunta unas pinceladas sobre la amabilidad en Amoris Laetitia (nn. 99-100). Es un campo de mejora inexcusable. “Ser amable no es un estilo que un cristiano puede elegir o rechazar”[1]. Francisco habla del “milagro” de la persona amable, lo califica de “estrella en medio de la oscuridad”. Es esa persona capaz de “dejar a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos”[2]. “Cada persona con la que te encuentras está librando una batalla de la que no sabes nada. Sé amable. Siempre”. Procuremos cultivar la ilusión deser cordiales, no erizos. Delicados, no rudos. Alegres, no tristes. Humildes, no quisquillosos. Positivos, no cenizos. Sencillos, no problemáticos. Honestos, leales…. Supondrá mejorar el carácter por amor a Dios y a los demás. Ser amable es un quehacer, valioso y exigente, que requiere un voluntario y esforzado ejercicio de diversas virtudes. Así facilitamos la cercanía y el diálogo con los demás. Aprenderemos a querer, a cada uno como lo requiera. Seremos agentes de paz con la gracia del Espíritu Santo, que Cristo nos ha ganado en la Cruz, nos dice Alberto García-Mina en su mensaje mensual.
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