Queridos hermanos y hermanas:
En estos días hemos sido turbados por algo trágico: la guerra. Numerosas veces hemos rezado para que no se emprendiera este camino. No dejemos de orar, es más, supliquemos a Dios con mayor intensidad. Por eso renuevo a todos la invitación a vivir el 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, un día de oración y ayuno por la paz en Ucrania; una jornada para estar cerca de los sufrimientos del pueblo ucraniano, para sentirnos todos hermanos e implorar a Dios el final de la guerra.
Quien hace la guerra olvida a la humanidad. No parte de la gente, no mira la vida concreta de las personas, sino que antepone a todo los intereses de parte y de poder. Confía en la lógica diabólica y perversa de las armas, que es la más alejada de la voluntad de Dios. Y se distancia de la gente común, que desea la paz, y que en todo conflicto es la verdadera víctima que paga sobre su propia piel las locuras de la guerra. Pienso en los ancianos, en cuantos buscan refugio en estas horas, en las mamás que huyen con sus niños… Son hermanos y hermanas para los que es urgente abrir corredores humanitarios y que deben ser acogidos.
Con el corazón desgarrado por todo lo que sucede en Ucrania —y no olvidemos la guerra en otros lugares del mundo, como Yemen, Siria, Etiopía…—, repito: ¡que callen las armas! Dios está con los operadores de paz, no con quien emplea la violencia. Porque quien ama la paz, como dice la Constitución Italiana, «repudia la guerra como instrumento de ofensa a la libertad de los demás pueblos y como medio de resolución de las controversias internacionales».