No hay lugar para la duda, Dios nos pone la santidad al alcance de la mano, nos propone ganarla en las cosas pequeñas de cada jornada. La declaración de santidad que Jesús emplea en la parábola de los talentos lo manifiesta claramente, el señor dice: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25, 23). Dice Alberto García-Mina Freire.
Jesús se empeñó en que sus discípulos aprendieran a mirar, les prestó sus ojos. Hay una escena paradigmática, la de la viuda pobre que da una limosna reducidísima. Jesús no dejó pasar la oportunidad. Dios inspiró a dos evangelistas (Lucas 21, 1-4 y Marcos 12, 41-44) a que recogieran la escena, seleccionándola dentro de los muchos sucesos de esos días previos a la Pasión. Estaban en el Templo de Jerusalén, frente al gazofilacio, el arca donde se depositaban las limosnas. Jesús levantó la vista, vio a ricos que depositaban ofrendas importantes; las monedas de cobre al caer resonarían. Pero solo llamó la atención de los discípulos cuando se acercó una viuda pobre que echó dos monedillas. Marcos especifica que esas dos monedillas hacían un cuadrante, para destacar lo pequeña que era la limosna. Esa cantidad representaba la 64 parte de un denario, que era el jornal de un día de trabajo. Para hacernos cargo, representarían alrededor de 50 céntimos de euro[1]. Al caer en el arca no harían ruido, pero en el corazón de Jesús, que sabe ver, causaron una conmoción. “Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir»” (Marcos 12, 43-44).