El comienzo de este curso 22/23 está envuelto de malas noticias, dice Alberto García-Mina Freire.
Ante este panorama, un cristiano, un hijo de Dios, se ve interpelado, llamado a llevar esperanza. No cabe ni dejarse arrastrar por el desaliento ni encerrarse en una burbuja ideal. Pero ¿es posible? Claro, porque Dios está comprometido con cada uno de sus hijos. El Papa, recordaba que “Dios se ha comprometido con nosotros”. Y “su compromiso más grande ha sido darnos a Jesús”[1]. “Esto es lo que ha hecho el Padre ante la difusión del mal en el mundo; nos ha dado a Jesús, que se ha hecho cercano a nosotros como nunca habríamos podido imaginar”[2].
Todo depende de si acogemos el regalo, de si vivimos con Jesús. “He aquí que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Abramos la puerta… demos play a la esperanza, y Dios, que hace bueno lo que ama, nos llenará de esperanza y alegría para llevarla al mundo empezando por los más cercanos. La esperanza “es un <regalo> de Jesús, la esperanza es Jesús mismo, o sea tiene su <nombre>”[3]. Y crece en tanto que se da.
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