He elegido este tema por dos razones, dice Alberto García-Mina Freire.
Porque del 18 al 25 de enero se vive la Semana de oración por la unidad de
los cristianos. Y porque las circunstancias actuales que atraviesa nuestra
madre, la Iglesia, reclaman de los cristianos, sus hijos, cuidarla siendo
servidores de la unidad.
La preocupación por la unidad es algo esencial y necesario, que pertenece al
corazón mismo de la Iglesia. No es un añadido, ni un capricho de teólogos ni
el objetivo de los papas últimos. La desunión contradice radicalmente la
voluntad de Cristo, que tiene una pasión dominante por la unidad. En el
discurso de la Última Cena rezó al Padre «para que todos sean uno, como tú,
Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que
el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17, 21), y les habló de la
parábola de la vid y de los sarmientos. Recordó en su predicación que «todo
reino dividido será desolado» (Mateo 12, 25). Ser fieles a Cristo pasa por
sentir con él y, por eso, ningún cristiano está eximido de pedir la gracia
de la unidad. Lo hacemos unidos a la oración misma de Jesús. Es su deseo. Y
procuramos colaborar para que reine la unidad, sembrando paz y alegría.
Son tiempos para esmerarse en no contribuir a dañar la unidad de la Iglesia,
cuidarla siendo servidores de la Unidad. Es transcendental ser cristianos
responsables, comprometerse a ser santo, ser buen hijo de la Iglesia, en los
tiempos que corren. Si mejoramos personalmente, mejorará la unidad de la
Iglesia y el mundo será más amable. Ojalá lo tengamos claro como lo tenían
los primeros cristianos: «Los cristianos son en el mundo lo que el alma es
en el cuerpo… Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del
que no les es lícito desertar». Es nuestro momento… no busquemos excusas
pensando que es tarea de otros. El comienzo del año es un tiempo favorable
para renovar el propósito: año nuevo, lucha nueva.